El hombre es indiscutiblemente el dueño y señor del mundo animal, representando su grado más alto de perfección; difícil sería a nuestra mente imaginar un mundo sin humanidad; y, sin embargo, éste ha sido realmente el cuadro presentado por la tierra durante millones de años, cuando ya la vida orgánica se había establecido en ella.
La representación del hombre como un ser semihumano, como una bestia, luchando desnudo y desarmado para defender su precaria existencia, aparece ante nuestra mente como un hecho absurdo y grotesco.
Pero lo cierto es que el hombre pertenece al grupo de los mamíferos, y es, desde luego, el animal más moderno de cuántos han aparecido sobre la Tierra.
Así es que la aparición del hombre, por así decirlo, era un hecho inevitable, dado el plan de organización de los seres. No conocemos nada acerca del lenguaje de los animales, aunque suponemos que tienen ciertos medios de misteriosa comunicación.
El hombre es el único animal dotado de lenguaje articulado, sin el cual no habría ni idiomas, ni música, excepto la de las aves. No tendríamos sobre la superficie de la Tierra edificios más espléndidos que los hormigueros de los termes, los diques de los castores, las colmenas de las abejas y las colonias subterráneas de los roedores. El hombre, saliendo de la caverna y abandonando el montón de desperdicios de sus prehistóricos hogares, ascendió en la escala de la vida.
Él ha definido las leyes de la naturaleza, pues al surgir circunstancias adversas que debieron hacerle desaparecer, se ha adaptado a ellas y aún se ha elevado por encima; en una palabra, ha doblegado en su propio beneficio las leyes naturales.
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